Cultura

Las devadasis, o cuando la prostitución se disfraza de religión en India

23 de enero de 2023

Huvakka Bhimappa no tenía ni 10 años cuando sus padres la consagraron a la diosa hindú de la fertilidad. A modo de “iniciación” fue violada por su tío, y comenzaron entonces años de esclavitud sexual.

La niña se convirtió en lo que se conoce en el sur de India como una “devadasi”, lo que implicaba que su matrimonio con un mortal quedaba proscrito a partir de ahí. Siguiendo la costumbre, entregó su virginidad a un hombre mayor.

“En mi caso fue el hermano de mi madre”, a cambio de un sari y unas joyas, cuenta a AFP Huvakka Bhimappa, que ahora tiene cerca de 50 años.

Poco después, y bajo el pretexto de su devoción a la diosa Yellamma, fue sometida a otros hombres, que sucesivamente pagaron por los servicios sexuales prestados. Y así prostituyéndose pudo mantener a sus parientes durante años.

Cuenta que en una ocasión se enamoró de un hombre, pero habría sido impensable que ella le hubiera pedido matrimonio. Y es que su situación de mujer consagrada a la diosa Yellamma la condenó a la marginación dentro de su comunidad.

“Si no hubiera sido una devadasi, habría tenido una familia, niños y dinero. Habría vivido bien”, lamenta esta mujer, más allá de que lograra escapar de su esclavitud sexual.

A falta de educación académica, sólo encontró trabajo en el campo, y gana un dólar al día.

“Dos hijos con 17 años”

La figura de la devadasi, presente en la cultura del sur de India desde hace siglos, ocupaba antaño un lugar respetable en la sociedad.

Muchas de ellas eran mujeres instruidas, formadas en la danza y la música clásica, llevaban una vida cómoda y elegían sus compañeros sexuales.

“Esta noción de esclavitud sexual más o menos autorizada por la religión no formaba parte del sistema original”, cuenta a AFP la historiadora Gayathri Iyer.

Según ella, fue en el siglo XIX, durante la administración colonial británica, cuando el pacto entre la devadasi y la diosa se transformó en una empresa de explotación sexual.

India prohibió esta práctica a nivel nacional en 1988, pero según la comisión india de derechos humanos, hay aún 70.000 devadasis en el estado de Karnataka.

Numerosos hogares de Saundatti, una pequeña ciudad del sur del país que cuenta con un templo consagrado a Yellamma, estiman que el hecho de tener una devadasi en la familia les puede dar buena suerte y proteger a sus miembros.

En ese templo precisamente fue consagrada a la diosa Sitavva D. Jodatti, para cubrir las necesidades económicas de sus padres. Tenía ocho años.

“Cuando la gente se casa, hay una novia y un novio. Cuando me di cuenta de que estaba sola, me eché a llorar”, cuenta a la AFP.

Un día su padre cayó enfermo. La sacaron entonces del colegio, y se vio obligada a prostituirse para financiar su atención médica.

“Con 17 años ya tenía dos hijos”, cuenta esta mujer que ahora tiene 49 y dirige una organización que ayudó a antiguas devadasis a salir de su condición.

“Demasiado joven para dar a luz”

Según Nitesh Patil, un funcionario del distrito responsable de la administración de Saundatti, no hay “casos recientes”.

Muchas devadasis que lograron dejar atrás su condición se encontraron sin recursos y sobreviven gracias a empleos manuales o agrícolas mal pagados.

Rekha Bhandari, una antigua devadasi, cuenta que todas se han visto sometidas “a la práctica ciega de una tradición” que arruinó sus vidas.

Ella tenía 13 años cuando falleció su madre. Fue obligada a entrar en la orden de las devadasis, y su virginidad fue para un hombre de 30 años. Poco después quedó encinta.

“Era difícil tener un parto normal. El médico le gritó a mi familia, diciéndole que era demasiado joven para dar a luz”, cuenta Bhandari, de 45 años. “Yo no entendía nada”.

A algunas horas del templo de Yellamma, la antigua devadasi Vatsala recuerda haber sido estafada por un cliente, y haberlo maldecido.

“Después de estar conmigo me arrojó algo que pensé que era dinero. Fue en plena noche, no veía bien y luego me di cuenta de que no era más que papel”, explica a AFP Vatsala, de 48 años.

Poco después, al enterarse de que el estafador había muerto, se dijo que “Yellamma también se enfadó”.

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