La mimosa, atracción turística pero potencial peligro para la Costa Azul francesa
Cada invierno, la mimosa recubre e ilumina con sus diminutas flores amarillas la Costa Azul, en el sur de Francia, pero esta exótica planta invasora es muy inflamable, lo que representa un peligro para los montes.
La mimosa, árbol de la familia de las acacias, procede del hemisferio sur, concretamente de Australia en el caso de la "acacia dealbata" o "mimosa de invierno", importada por los británicos a mediados del siglo XIX por sus cualidades ornamentales.
Un Lord plantó mimosas en el jardín de su villa en Cannes, en la costa mediterránea francesa, tras lo cual estos árboles colonizaron rápidamente los espacios naturales de la zona.
Ahora, estas plantas atraen a los turistas gracias a festivales, desfiles de flores y excursiones durante el mes de febrero por la "ruta de la mimosa", entre la localidad de Bormes les Mimosas (que hasta 1968 sólo se llamaba "Bormes") y Grasse.
Sin embargo, su rápida adaptación no es una buena noticia para los ecosistemas locales, ya que la mimosa de invierno asfixia poco a poca las plantas endémicas y los microhábitats, además de hacer que los montes sean más vulnerables a los incendios.
"La mimosa crece una media de un metro al año", explica a la AFP Fanny Moreau, responsable de proyectos del Conservatorio de Espacios Naturales Provence-Alpes-Côte d'Azur (CEN PACA). "Además, emite sustancias tóxicas que limitan el crecimiento de otras especies a su alrededor".
"Es una especie muy inflamable, cuya autocombustión libera además un gas que activa el fuego", añade Christophe Pint-Girardot, técnico forestal de la Oficina Nacional de Bosques (ONF) en el macizo del Estérel.
Por si fuera poco, los incendios favorecen la dispersión de sus semillas. Y este gran reproductor también produce nuevas plantas por esquejes -cuando las raíces emergen de la tierra- y por el brote de tocones.
"Cuando más la cortamos, más vuelve a crecer. Es un círculo vicioso", resume Moreau.
- Con excavadoras -
Aunque no puede afrontar los valles casi totalmente colonizados, la ONF intenta al menos contener las mimosas que todavía están aisladas, como en los bosques públicos del Estérel, un espacio que forma parte de la red ecológica europea Natura 2000.
En las matas de los tallos jóvenes que vuelven a crecer tras un desbroce, "conservamos el tallo más importante, para que capte toda el agua y las sales minerales del suelo", explica Pint-Girardot.
"Cuando el árbol está plenamente desarrollado, retiramos 1,30 metros de la corteza y los primeros centímetros de la periferia del tronco para debilitar la mimosa sin estresarla, porque si la estresamos volverá a crecer por todas partes gracias a sus raíces", añade.
A veces hay que ser más radical, como en la zona del Bombardier del macizo de Estérel, atravesada por una pista de defensa contra incendios forestales cuyos bordes deben permanecer libres de maleza.
Tras el último desbroce en diciembre de 2022, el CEN PACA, que gestiona el lugar, y los servicios responsables de Natura 2000 procedieron a arrancar los tocones de mimosa en marzo de 2023.
La mimosa reapareció en algunas zonas por las que pasaron las excavadores, pero en aquellas donde no fue posible la retirada mecánica de los árboles, el suelo ya está cubierto por una capa de mimosa de casi un metro de altura.
Durante siete años, los nuevos brotes se arrancarán a mano en primavera y otoño. "Se trata de una parcela de prueba, queremos ver la eficacia del método. Luego veremos qué queremos implementar en otros lugares", explica Jean-Olivier Pichot du Mazeray, coordinador de Natura 2000 de la comarca.
En cualquier caso, los particulares podrán seguir disfrutando de sus esponjosas y amarillas flores. Hay más de mil especies de mimosas y los viveros ofrecen variedades con flores igual de bonitas y mucho menos invasivas.