Opinión

Una sociedad hostil

12 de mayo de 2021

Según el Diccionario de la Real Academia Española de la Lengua, hostil es un adjetivo que significa contrario o enemigo; por lo tanto, hostilidad es una palabra que expresa enemistad, el trato que se le da al enemigo, agresión.

Así, sin añadiduras académicas especializadas, bien puede hablarse de una sociedad hostil cuando los individuos reciben o intercambian agresiones, maltratos, exclusión sistemática de beneficios.

Para entender la hostilidad del ambiente social, bastan algunas observaciones.  Por ejemplo, no existe tal cosa como una protesta pacífica que cierra o impide el paso por vías públicas.

El bloqueo de estas vías es una acción hostil contra personas que necesitan transitar; pero es preciso entender que quienes recurren a esta práctica, generalmente lo hacen por la hostilidad de la burocracia estatal que no atiende las necesidades ciudadanas.  

Es decir, existe una hostilidad institucionalizada que tiene a los ciudadanos como blanco directo de manera habitual. Forma parte del cuadro cotidiano de la hostilidad social, la agresiva realidad de aceras interrumpidas por infraestructuras eléctricas (como postes o transformadores) colocadas por empresas acostumbradas a hacerlo, sin que haya ninguna diligencia o iniciativa municipal que sancione o impida este dañino hábito.

Lo mismo ocurre con la tradición institucional de hacer trabajos de infraestructura sanitaria con poca o ninguna supervisión, lo que deja a la población transeúnte (a pie o en vehículos) expuesta a aceras y calles destruidas, con huecos y otros daños que se convierten en un peligro para niños, adultos discapacitados o mayores de edad, y que también afectan por el desgaste que causan en los bienes de movilidad.

Igualmente hay hostilidad institucional cuando, como en el caso de obras públicas, se permite que un proyecto que debe durar tres o cuatro años se postergue a cinco, seis o al doble de años, sin ninguna explicación, en contra de los ciudadanos que quedan perjudicados por un factor de 4 afectaciones:  la demora o ausencia del bien que supuestamente se debería hacer, la dedicación de mayores cantidades de fondos públicos, la pérdida de tiempo durante largos periodos y la provocación de gastos por el  deterioro de vehículos.

Se hace evidente la hostilidad ciudadana, cuando parques, plazas, calles, avenidas, quebradas, ríos y playas resultan impactados por desechos como los de plásticos, llantas, artefactos y demás. Muchos de ellos terminan en el mar, contaminando y enfermando la flora, la fauna y las personas.  

Hay una terrible hostilidad social cuando se atenta contra el ambiente, cuando se acumulan desechos en las esquinas de las comunidades o en sitios baldíos. En una sociedad hostil la educación está supeditada a la fuerza o al poder.  

La formación profesional está devaluada con respecto a la membresía a un partido político, círculo de allegados o de influencias.  Es decir, hay disonancia entre educación y mejoramiento de las condiciones de vida. Una sociedad hostil se acostumbra al maltrato, a la exigencia de un grupo a costa del sufrimiento de otro, al trato grosero y patán, a la ausencia de un “buenos días”, “disculpe”, “perdón”, “permiso”, “por favor”, “gracias” por parte de autoridades, servidores públicos, personal de la empresa privada y vecinos.  

La hostilidad desborda a lo cruel cuando los delincuentes hurtan, roban, asaltan, y cuando la criminalidad atenta contra la vida, honra y bienes de las personas. También hay hostilidad política, cuando una fuerza política, utilizando el poder, intenta excluir a los ciudadanos de aquellos derechos y beneficios que les toca a todos y, el máximo de la agresión política se da cuando el aparato coercitivo del Estado atropella a ciudadanos a quienes maltrata, lastima o elimina.  

Hay hostilidad política, además, cuando las personas son privadas de bienestar social, porque considerables recursos económicos terminan en manos de unos cuantos, mientras la inmensa mayoría de la población se ve privada de sus derechos básicos, de bienes elementales, de condiciones mínimas para una vida digna.

En una ciudad hostil y en una sociedad hostil la movilidad maltrata, es ofensiva y abusiva cuando el transporte público está fuera del debido control del Estado y las personas tienen que perder tiempo, paciencia, dinero y salud mental sometidos a un servicio de transporte deficiente. 

En una sociedad hostil no hay democracia de oportunidades.  Para unos las leyes funcionan de manera muy distinta que para otros. Hay hostilidad de la justicia cuando se explota, se abusa y se establecen normas injustas y cuando de manera corrosiva, la impunidad se percibe más como lo normal que como una falla excepcional.

En una sociedad hostil abundan los prejuicios como la actitud sectaria que descalifica a otra fe o práctica religiosa y se atenta contra la riqueza de la diversidad.  En este tipo de sociedad, el abuso sexual, el acoso y la hostilidad de género se convierten en prácticas toleradas.

En ella, la violencia doméstica tiene estallidos cotidianos de agresión física que terminan en homicidios de mujeres convertidas en datos estadísticos.

Después de esta revisión, ¿queda alguna duda de que nuestras ciudades, nuestra sociedad y nuestra cultura sean hostiles?  ¿sorprende el grado de delincuencia y de violencia física o armada que hay en la sociedad? ¿resulta comprensible como la sociedad reproduce la hostilidad a ciencia y paciencia del Estado, de organizaciones privadas y de los propios ciudadanos?

 


Danilo Toro L.
 [email protected]
Sociólogo 
 

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