Opinión

Las contradicciones de una revolución

13 de junio de 2021

La dictadura de Anastasio Somoza Debayle (Tachito), entre las décadas de los sesenta y setenta del siglo pasado, fue despótica, cruel, inhumana… Tenía a quien salir, venía de una “Estirpe Sangrienta”, tal y como Pedro Joaquín Chamorro Cardenal, padre de Cristiana Chamorro Barrios, actualmente detenida en Managua por razones políticas, lo describió en su obra titulada de la misma forma.  

El poder ejercido por los Somoza fue un modelo de presidencialismo comparable a la secuencia de los Duvalier en Haití.

Por eso, el pueblo nicaragüense cerró filas en torno al Frente Sandinista de Liberación Nacional (conocido como FSLN), que reconoció el anhelo de ese pueblo de vivir en libertad y disfrutar la dignidad que le corresponde a los seres humanos, sin tirano que abuse de sus derechos.

Pero, con el paso del tiempo, uno de aquellos jóvenes dirigentes del FSLN volvería a darle vigencia a los motivos por los que se dio el alzamiento contra la dictadura somocista.  

Daniel Ortega Saavedra, al alcanzar el poder tras la caída de Somoza, poco a poco, pero con contundencia, mostró su verdadera vocación y se fue apropiando de las características de Tachito. 

De aquel joven revolucionario, no queda nada. Se distanció del ideal que decía profesar, del país que proponía, de la libertad anhelada.

Gozó del amparo abierto de países que rompieron con la dictadura de Somoza, entre ellos el México de López Portillo, la Costa Rica de Carazo Odio y el Panamá de Omar Torrijos.

Pero ahora, cuando el presidente Ortega no deja dudas de su parecido con Somoza, muchos países guardan silencio o se refieren a la situación de Nicaragua con la timidez propia de la diplomacia que no quiere asumir posiciones claras o firmes.  

La contradicción entre el pasado y el presente de Ortega tiene su correlato en la contradictoria posición de los gobiernos que ahora enmudecen o muestran timidez.

Las condiciones prevalecientes en el escenario regional de América y, sobre todo, de América Latina, dejan a Nicaragua expuesta a una notoria soledad internacional, muy diferente a la Nicaragua de 1979, cuando Ortega ascendió al poder por primera vez, y a la Nicaragua de 1985, sometida a la tensión de una guerra de encuadre geopolítico, impregnada del escándalo Irán-Contra.

Al paso del tiempo, Daniel Ortega Saavedra pone un imborrable sello de aval a la breve carta de renuncia de Anastasio Somoza de Bayle a la Presidencia de su país, aquel 16 de julio de 1979.  

Sus actos de dictador del siglo XXI traicionan a las decenas de miles de nicaragüenses que murieron luchando por su libertad y, con bochornosa ironía, Ortega aplaude las palabras finales de aquella carta de Somoza: “creo que cuando salgan las verdades, me darán la razón en la historia.”

Pero en verdad, no es así.  Ni Somoza, ni Ortega tienen la razón en la historia.  Ambos pertenecen a la misma estirpe de insaciable sed de poder, abuso y sangre.  Nicaragua no se merece eso.  Y así como Somoza no pudo impedir su caída persiguiendo, encarcelando y asesinando gente; tampoco lo podrá hacer el actual gobierno de Nicaragua, aunque ahora no exista una organización armada que se le oponga.

La detención de Cristiana Chamorro y otros opositores no impedirá ni el desgaste, ni el final del régimen dictatorial de Ortega.  El pueblo nicaragüense aprendió a valorar sus conquistas y no renunciará a su libertad.

La vieja estratagema de neutralizar a los opositores antes de las contiendas electorales sale a relucir.

Correr sin adversarios es una adicción de los regímenes que, lejos de cualquier viso revolucionario, se comportan como el más conservador de los conservadores, pues su principal política pública es mantenerse en el poder cueste lo que cueste. 

En estos regímenes, la voluntad popular se mide en costos de represión, en cárceles a llenar, en tiros que disparar.  No con elecciones libres ni votos, ni con organización electoral democrática, ni con acciones de transparencia.

Nicaragua está hoy en una franca regresión, con riesgo de colapso.  Su capítulo más trágico en la última década comenzó a escribirse en 2018, cuando explotó la crisis por la reforma al seguro social.

De ahí en adelante todo lo que ocurre es parte de un guion de contradicciones diariamente improvisado por el instinto de supervivencia de un régimen que ya no tiene nada que ofrecer a los nicaragüenses de hoy, ni a los del mañana.

 

 

Danilo Toro L.
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Sociólogo 

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