La rumba, la esencia del panameño
El panameño es fiestero, parrandero, chinguero y bullero, o sea, se divierte sin importarle cual sea la situación climatológica, pero es trabajador, se gana el pan de forma honrada de lunes a viernes.
Pero el viernes se inicia el “relax”, se acostumbra que se dejan atrás los problemas del trabajo, por ejemplo, en las distintas oficinas públicas y privadas, como en las barriadas populares, ya hay agendada una planificación para el arranque o “parking”, nombre que los jóvenes de esta generación le han puesto a este encuentro de amigos.
Antes eran “chupatas” y quién no recuerda las colectas para comprar las pintas o la botella de licor (guaro), y el trillado dicho: “el que no po, no to”, siempre había un emisario para esta compra, pero con el riesgo que se quedara con el vuelto y con el mandado.
En los años 70 y 80 los arranques empezaban desde los jueves, se decía viernes chiquito, las reconocidas discotecas, como “El Number One”, Baccus”, “Caballo de Hierro”, Capos Bar, Bohío Florencia y El Escorpio (Yate), sitio este de las recordadas descargas dominicales con Bush y su nuevo sonido, solo para mencionar algunas, fueron los centros de diversión con música para bailar y no quedarse sentado, limpiar la hebilla de la correa y sudar lo bailao.
Otra cosa son las reuniones sociales en los barrios de la gente pobre, como dice la canción de Cheo Feliciano, con el dominó y el bingo. Estas son a otro nivel, porque no se puede conversar sin que falte una cervecita o un roncito con mezclador, con una barbacoa (carne asada), la música reggae o salsa, pero ahora con los toques de queda estas rumbas son con horarios y al violar esta disposición quedas en el juez de paz.
El ser rumbero el panameño lo lleva en la sangre y no se le puede quitar, y más los fines de semanas, sería como castrar a un perro, porque dónde suena una lata allí está el panameño, como decía mi abuela Carmen. Para rumbear cualquiera puede ser el motivo, solo se necesita guaro y campana.
Víctor De La Hoz
[email protected]