Opinión

Dr. Hugo Spadafora: ¡Su último combate! La dolorosa noticia y mi actuación

01 de agosto de 2019

Hugo y yo fuimos buenos amigos. Lo conozco por vez primera al lado del General Omar Torrijos, mi jefe y primo hermano. Él, revolucionario, inquieto, médico lleno de sensibilidad social; ya a esas alturas, de mediados de la década de los 70´, habiendo estudiado Medicina en Italia, había combatido como voluntario en Guinea Bissau, al lado del gran líder africano Amílcar Cabral,  su amigo.

Omar Torrijos conoce a su padre, Don Melo, forjador activo del progreso de su Chitré, pese a su descendencia italiana. Cerca de ese líder nacional vi por vez primera- de muchas otras- a ese hombre carismático y lleno de energías positivas.

Primero fue designado como Médico Jefe del Sistema Integrado de Salud en Colón. El General Torrijos admiraba el sentido social de Hugo, y pronto lo elevó al cargo de Viceministro. Un par de años más tarde fue mi vecino próximo en la urbanización La Alameda y mis hijos podían tener edades ligeramente menores a los de Hugo, con nuestra también amiga María Elena Acevedo. Un par de veces ellos dos, con mi esposa Maigualida, salimos  a cenar o nos reunimos para conversar. La afinidad fue tal, que ambos estuvieron en nuestro matrimonio de civil- con sólo una docena de invitados- un 31 de diciembre de 1976.

Él, tan próximo a Omar- y en todo caso “alto funcionario de la dictadura”, ya no le agradaba el personaje Noriega; me lo manifestó en privado más de una vez. Hugo si bien era amante de la medicina, lo era más de entregarse a la ayuda de causas justas, no solo con estetoscopios, sino con un fusil.  Y pronto le dijo a Omar Torrijos “que él se iba a pelear a Nicaragua para ayudar a sacar del poder a la dinastía Somoza”.

Allí, el combatiente revolucionario empedernido, se sumó a “El Frente Sur”. Omar le ayudó cuanto pudo. Fallecido el General en un complot macabro y escondido todavía el 31 de julio de 1981, Hugo quedó sin sombras protectoras altas, que le protegieran de la rabia del difunto Manuel Antonio Noriega, a quién ya había acusado de narcotráfico su amigo el Jefe de Gobierno. En mi caso, tampoco podía hacer mucho por él, ya que yo mismo era visto con sospechas no sólo por Noriega, sino por varios de sus secuaces, que compartían con él  negocios ilícitos y luego del 12 de agosto de 1983, haría el contacto íntimo con los mismísimos Jefes de los Carteles Colombianos, con pleno conocimiento de la CIA, LA DEA y el Comando Sur.  

Para mis detonaciones de junio del 87, no conocía más de un 5% de esos manejos tortuosos desde el mando real de todas nuestras instituciones tutelares, que se dejaron secuestrar, y hasta hoy sus personeros siguen pasando agachados.

Mis informaciones de hoy tomaron más información detallada apenas un par de años hacia esta fecha, gracias a la Web y desclasificación de documentos en USA; y muchos detalles merced al extraordinario aporte del Dr. Ricardo Lasso Guevara en su libro “El Juicio del Siglo”, que hace una autopsia del drama tétrico que vivió el país y que se desveló parcialmente- el resto lo eludieron los Fiscales de Florida, alegando ante el Juez Hoeveler, cada vez que el abogado defensor Rubino insistía en que el reo demostrara su íntima colaboración con la CIA en el narcotráfico- “que nada de eso debía constar por Seguridad de Estado”. Y lo lograban.

La última vez que conversé con Hugo, compartiendo una sandía chitreana, fue en  Coronado- verano del año 1985- de visita ambos en  la casa de mi sobrino Santiago Torrijos:- ¡”Cuídate mucho Roberto; tal vez te conviene no verme ni hablarme más, me tienen muy chequeado y grabado; no es bueno que te expongas. Me oirás decir cosas fuertes contra tú ya sabes quién ¡”...  Así fue en efecto; Hugo habló en emisoras nuestras y desde Costa Rica e hizo fuertes acusaciones contra Noriega. Se convirtió en un objetivo que había que sacar del camino. Su muerte violenta solo requería fecha.

Sin Omar, y conmigo sin poder militar real- y total desconfianza (mutua) de parte de Noriega. Éste manejaba el poder de los cuarteles, la sumisión del Ejecutivo, la Corte Suprema, el Procurador y el Ministerio Público. ¡Y encima, el respaldo absoluto de la CIA, La DEA y el Pentágono! ¿Por qué? Allí está una clave poderosa para que el crimen de Hugo y cualquiera otro quedaran en nada; Noriega era dueño total del poder. Los intríngulis que motivaron ese macabro hecho criminal- no sólo quién o quiénes lo decapitaron-hoy aún se  desconocen claramente.

Las ocurrencias en los cuarteles se esconden mucho. Y la eliminación de Spadafora no se iba a estar anunciando entre los que la cranearon, como autores intelectuales o sicarios. Lo que sí quedó entre varios civiles, periodistas, Fiscales, es su secuestro en Concepción, Chiriquí, en público. Todo rumoreado a escondidas ¡Al que mandaba le tenía terror! *Busque mañana la tercera  entrega.

ROBERTO DÍAZ HERRERA

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