Opinión

El candil de Diógenes

01 de agosto de 2019

Melquiades Valencia

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Desde el inicio del actual gobierno la atención del ciudadano ha estado centrada en temas de la justicia, de la rendición de cuentas de los otrora funcionarios, que a la vista pareciera que había una amplia corrupción, un dolo permanente, un latrocinio generalizado de la que no se salva nadie, donde se esquilmaron miles de millones de dólares pintando un panorama de pillaje general. En el camino se sumaron otros hechos penosos que enturbian el panorama, que tiende a afirmar la certeza de que en el país no hay gente decente, honesta y proba. Apareció el escándalo de Panama Papers de la firma Mossack Fonseca, producido por la publicación de documentos robados a la firma forense que trasluce o deja entrever que, a través de ese buffete las offshore hacían arreglos para evadir impuestos y blanquear capitales. Mas trampa y deshonestidad. Luego aparece la famosa lista Clinton que es un instrumento de la Oficina de Control de Activos Extranjeros del Departamento del Tesoro de los EEUU, que incorpora a personas o empresas que se involucren en el blanqueo de capitales provenientes del narcotráfico y financien el terrorismo y/o la proliferación de armas de destrucción masiva que amenacen su seguridad. Que prohíbe a las empresas o ciudadanos estadounidenses hacer transacciones con quienes estén incorporados en la lista y para quienes incumplan la prohibición, se advierten penas de prisión de hasta 30 años y multas de hasta $10 millones, sindicando al grupo Waked en que aparecen 68 empresas de la familia, también incluye a más de un centenar de compañías y panameños. Era el más antiguo pupilo de Sócrates. Diógenes vivió como vagabundo en Atenas, convirtiendo la pobreza extrema en una virtud. Se dice que vivía en una alcantarilla, en lugar de una casa, sus únicas pertenencias eran: un manto, un zurrón, un báculo y un cuenco hasta que un día vio que un niño bebía el agua que recogía con sus manos y se desprendió de él. Así Diógenes apareció en pleno día por las calles de Atenas, con el candil de aceite en la mano, diciendo: “Busco un hombre, busco un hombre honrado que ni con el candil encendido puedo encontrarlo”. La gente lo seguía y él continuaba vociferando lo mismo, sin encontrarlo, aún a plena luz del día y con el candil encendido. Diógenes iba apartando a los hombres que se cruzaban en su camino y decía que tropezaba con escombros, pretendía encontrar al menos un hombre honesto sobre la faz de la tierra. Como ven, pareciera que en Panamá necesitamos a Diógenes y su candil para encontrar a los hombres honestos de esta bendita tierra istmeña.

*El autor es periodista.

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