Hígado graso, la punta del iceberg

El hígado graso, como puede suponerse, se caracteriza por exceso de grasa en el hígado en general, se clasifica como alcohólico (cuando es causada por ingesta de alcohol) y en hígado graso no alcohólico (cuando es por otra causa).
En el primer caso, es obvio que su factor de riesgo es la ingesta excesiva de alcohol, por lo que, evitando este riesgo, se previene esta modalidad e hígado graso.
Sin embargo, el hígado graso no alcohólico puede deberse a muchas causas, pero las principales son el sobrepeso/obesidad, diabetes y la dislipidemia. Se piensa que alrededor del 70% de las personas con obesidad y del 75% de los diabéticos tipo II, tienen hígado graso. Cuando el acúmulo de grasa se asocia a inflamación del órgano, el paciente se encuentra en riesgo de sufrir cirrosis hepática y/o cáncer de hígado. De ahí que es de suma importancia empezar temprano en la vida a prevenir estos factores de riesgo. Si no recibe tratamiento, alrededor del 20% de las personas con hígado graso, desarrollan cirrosis hepática.
Muchas veces el diagnóstico se nos revela después de algún examen de imagen del hígado (usualmente ultrasonido), pero debemos actuar de inmediato sobre los favores de riesgo para revertir estos cambios y disminuir la posibilidad de ocurrencia de sus complicaciones.
El hígado graso (ninguno de los dos tipos) no produce síntomas generalmente. Cuando estos se presentan es porque ya ha aparecido alguna complicación. De ahí que es importante que nos hagamos exámenes de sangre anualmente.
Hay muchas cosas que cada persona puede hacer para evitar el hígado graso, inclusive para revertirlo en caso que ya exista. Estas medidas van dirigidas a bajar de peso a través de ejercicios diarios y consumir alimentos bajos en azúcares y grasas. Están prohibidos los embutidos, frituras, harinas, dulces y “snacks” industriales.
Un objetivo fácil de medir es procurar tener un perímetro abdominal menor de 88cm en mujeres y 102cm, en varones.