Una nación que devora a sus hijos

Panamá no está en crisis. Está en coma. El país se retuerce bajo una estructura podrida donde la corrupción no es excepción, sino norma; donde la educación no forma, sino fractura; y donde el pueblo, maniatado y silenciado, es obligado a pelear entre sí mientras los culpables beben del botín nacional. Nos enseñaron a odiarnos mientras nos roban juntos.
La educación, reducida a ruinas, se culpa de su propio colapso. Pero, no son las huelgas las que retrasan el aprendizaje: son las escuelas sin agua, sin techos, sin esperanza. En las comarcas, los niños caminan horas para llegar a aulas que parecen cuevas. ¿Eso es educación?
El pueblo grita, pero grita solo. Atado de pies y manos, con una mordaza institucional, se revuelca en la miseria mientras los poderosos reparten entre risas la valija de la patria.
No habrá justicia social si los que gobiernan se alimentan del caos. Las huelgas no son la solución, pero tampoco lo es la sumisión.
El pueblo no necesita discursos: necesita justicia. En décadas, no hemos conocido un gobernante justo. Y mientras la oscuridad gobierne, Panamá seguirá siendo un país de sombras, donde el futuro se pudre en silencio. * Ciudadano.