Vicente Moreno, el sacerdote que dejó huella en la historia y marcó generaciones

Desde pequeño, el padre Vicente Amable Moreno sintió el llamado de la fe. Nació el 4 de octubre de 1954 en El Bongo de La Villa de Los Santos. Su historia comenzó cuando el sacerdote Daniel Poveda lo invitó a servir en el altar. Ese gesto marcó el inicio de una vocación que, con el tiempo, se consolidó. “Para mí, él fue la persona que impactó mi vida profundamente”, recuerda.
Hoy, a sus 70 años, el padre Vicente celebra con júbilo una trayectoria sacerdotal de 45 años, es el último capellán castrense vivo que ha estado en la entonces Guardia Nacional, Fuerza de Defensa y en la Policía Nacional. Su recorrido está lleno de servicio, educación y entrega. “He ayudado a mucha gente, he potenciado la educación y dejé huellas”, afirma con convicción.
Su vocación lo llevó a desempeñar un papel clave en diversas comunidades. Fue párroco de Pacora, donde la iglesia enfrentaba muchas necesidades.
Por aquellos años, alguien informó al general Omar Torrijos Herrera sobre las dificultades que atravesaba un sacerdote panameño. Fiel a su compromiso de respaldar a los clérigos nacionales, decidió convocarlo en 1980 para que brindara apoyo a los refugiados salvadoreños que, con el tiempo, fundaron Ciudad Romero. “Eran profundamente católicos y me pidió que los acompañara. Así fui nombrado capellán del lugar”, relata.
En ese lugar fortaleció su compromiso con la comunidad. Posteriormente, pasó a servir en la Guardia Nacional, donde estuvo bajo el mando del general Rubén Darío Paredes y trabajó en proyectos eclesiásticos en San Martín. Con la creación de la Fuerza de Defensa se formó el Batallón 2000 y en ese contexto conoció al subteniente Frank Abrego, quien hoy ocupa el cargo de ministro de Seguridad Pública.
Como capellán, fue testigo de momentos cruciales y acompañó a oficiales y soldados en tiempos difíciles. Uno de los episodios más desafiantes ocurrió el día de la invasión, cuando miembros de la Fuerza de Defensa corrieron hacia la iglesia de Juan Díaz en busca de orientación. “Ellos esperaban decisiones y yo estaba con ellos, viendo qué hacer. Fue un momento duro porque no sabía cómo comandarlos ni qué debía hacerse”, recuerda.
A lo largo de los años, construyó una relación estrecha con policías y militares, quienes lo buscan ante problemas personales o para compartir momentos de reflexión. “Cuando tuve la operación del corazón, muchos de los que donaron sangre fueron policías. Siempre están pendientes de mí”, comenta.
Más allá de la labor espiritual, su cercanía con las fuerzas del orden le dejó enseñanzas profundas. Recorrió montañas y ríos junto a ellos, compartió largas travesías, saltó en paracaídas y aprendió a sobrevivir en ambientes de campo y áreas inhóspitas. “Siempre me cuidaban, estaban pendientes de mí. Me consideraban uno más, no un cura aislado”, relata.
Momentos decisivos marcaron su camino, como cuando tuvo que corregir el nombre de un curso militar en tiempos del general Manuel Antonio Noriega. “Le pusieron un nombre negativo, relacionado con el maligno. Les dije que no podía bendecirlo. Algunos oficiales no lo aceptaban, pero el General escuchó y dijo: ‘El padre tiene toda la razón’”, rememora con satisfacción.
Hoy, el sacerdote Vicente Amable Moreno, aunque está jubilado, sirve con la misma pasión y entrega. Fundó la Universidad Nuestra Señora del Carmen, que ya cuenta con más de 10 carreras, dos maestrías y dos posgrados para ser impartidos. “Sigo dando misa hasta que el obispo quiera”. Su misión aún continúa.