Cómo reconstruir el alma nacional
La explosión social que está viendo el país ha puesto en evidencia dos polos en abierta confrontación. Por un lado, la desfasada y corrupta clase política aferrada a privilegios que no quiere perder. Por el otro, una ciudadanía cada día más consciente de que carece del bienestar que debería proporcionarle el Estado porque esa mafia, consumida por la avaricia, se lo ha sustraído. El resultado es mayor frustración y hastío. Sobran los miedos, los rechazos y la incertidumbre.
El vergonzoso contrato minero lo que ha hecho es estructurar y amplificar esa rabia nacional ya de por sí exacerbada por el lastre económico, político y social acentuado por la deriva de una administración ausente de la realidad nacional.
El clima social reinante y el comportamiento de la elite política no solo ha encendido las alarmas. No anticipa nada halagüeño en el porvenir cuando la sociedad debería entrar en el proceso electoral con la mayor estabilidad y en un clima de entendimiento entre los gobernantes y la ciudadanía. Por el contrario, está profundizándose un estado de inquietud y desconfianza y generando un clima de mayor crispación y descrédito.
Un análisis serio y objetivo –sin sesgos ni apasionamientos- debería concluir que lo que está ocurriendo en el país no es producto de calenturas de grupos radicales que amenazan el poder político y económico. Es la acumulación de fallas de un modelo democrático que se ha agotado y requiere de una urgente reformulación de objetivos nacionales. El origen debe buscarse en los planes sociales convertidos en sobornos porque pasaron a ser el punto culminante de un corrupto sistema clientelar.
Lo que está expresándose en las calles no tiene otro objetivo que el de acabar con la frivolidad, el desparpajo y la impunidad que consume una agenda política carente de enunciados, programas y compromisos, ante un país inerme y sin timonel. La clase política que medra alrededor del poder y que vive de los favores y recursos del Estado -ante sectores sociales cada vez más empobrecidos- es una burla que lesiona en forma permanente en alma nacional.
La parte virtuosa que representa la mayoría de panameños reclama otra conducta, otra ética. Exige que la acción política tenga otro significado y también otros objetivos. Que se convierta en una labor comprometida con el bien común, como un servicio público, y no una carrera oportunista y corrupta.
La buena noticia es que mayoría ciudadana no está anestesiada -como calcularon los estrategas del poder- abrumada por sus dolores inmediatos y personales y está dando muestras de un hastío colectivo. Tiene voz y exige ser escuchada. La gran tarea nacional es cómo reconstruir el alma de un país cada vez más devastado.
* El autor es periodista y diplomático.