Opinión

Ceguera selectiva entre el sector político

Antonio Mola Davis

23 de julio de 2025

En la escena política actual, cada vez es más evidente la presencia de ciertos dirigentes que, más allá de cumplir una labor constructiva, buscan protagonismo mediático a toda costa. Son los llamados “políticos taquilleros”, quienes parecieran sufrir de una preocupante miopía selectiva, enfocándose únicamente en aquello que les permite figurar en titulares, mientras ignoran convenientemente su pasado reciente y la responsabilidad histórica que les corresponde.

No es raro escucharlos en entrevistas radiales, televisivas o en medios escritos y digitales, criticando con desdén cada paso que da el gobierno actual. Acusan al Ejecutivo de actuar con autoritarismo, de promover persecuciones políticas, de reprimir movimientos sociales y de instrumentalizar las instituciones judiciales y de seguridad con fines represivos. Sin embargo, pocos de ellos se detienen a reflexionar sobre su propio legado.

La pregunta que muchos ciudadanos nos hacemos es clara y directa:

¿Qué hicieron estos líderes políticos en los últimos 25 años, más allá de endeudar al país y permitir... o incluso propiciar el saqueo sistemático de las arcas del Estado?

¿Dónde estaban cuando se desbordó la burocracia estatal, cuando se multiplicaron las contrataciones innecesarias, cuando se crearon “botellas de metal”, empleados fantasmas tan blindados que ni siquiera se podían remover?

Salvo honrosas excepciones, como ciertas iniciativas del gobierno del expresidente Martín Torrijos, muy poco se hizo para abordar problemas estructurales como la crisis de la Caja de Seguro Social (CSS). No se preocuparon del creciente déficit fiscal, o la falta de planificación en obras públicas. Lejos de corregir el rumbo, muchos gobiernos anteriores contribuyeron al descalabro, generando gastos injustificados, comprometiendo fondos públicos y permitiendo que se paralizaran proyectos esenciales, incluso, algunos habiendo sido ya pagados.

Y ahora, con una asombrosa facilidad para la desmemoria, estos mismos líderes se sientan frente a cámaras y micrófonos para señalar con dedo acusador a una administración que apenas comienza. Un gobierno que, con 385 días en funciones, menos del 21% de su mandato, ha tenido que enfrentar no solo los retos heredados, sino también las expectativas desmedidas de una ciudadanía cansada, hastiada de promesas incumplidas y liderazgos vacíos.

¿Cómo pueden hablar de democracia y transparencia quienes nunca impulsaron reformas profundas cuando tuvieron el poder? ¿Con qué cara critican los intentos del actual gobierno por recuperar lo perdido, impulsar proyectos sociales y de infraestructura, y adecentar las instituciones públicas?

Y no menos preocupante es el comportamiento de aquellos dirigentes “taquilleros” que nunca han tenido la responsabilidad de gobernar, pero opinan como si supieran lo que implica montar el bronco potro del poder. Proclaman que harían las cosas de otra manera, que tienen las soluciones mágicas que nadie aplicó... pero lo cierto es que “no están gobernando”. El pueblo no los eligió. Y mientras no asuman ese hecho con humildad y madurez política, seguirán siendo meros comentaristas de la realidad, no actores transformadores de ella.

En lugar de obstaculizar con discursos incendiarios, estos líderes deberían sumar esfuerzos por el bien del país. Porque lo que hoy se necesita no es más protagonismo ni más promesas vacías, sino trabajo honesto, continuidad en las buenas políticas públicas, y una ciudadanía vigilante pero también esperanzada.

El país no se construye con nostalgia del poder ni con discursos para la galería. Se construye con hechos, con reformas valientes y con la voluntad de enmendar errores históricos. El actual gobierno ha demostrado voluntad de cambio. Por ello, más que sabotearlo desde la comodidad del análisis superficial, deberíamos permitirle trabajar y, sobre todo, “rogar que lo haga bien”, por el bien de todos.

* El autor es comentarista de opinión.

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